Se acuesta la tarde llorando en tu regazo, y el sol desliza un último suspiro cansado
en esta playa horadada de guijarros.
Y atónita ella ante tal belleza,
concede un beso al sol, que muere
feliz ahogado.
Desde el balcón puedo ver la silueta
del espigón, que baila con las luces
de una tarde mojada en primavera.
Feliz está la Roca, pues al final de su ladera,
pide a la Ola que de nuevo le acaricie,
pues si tarda su vaivén,
si le hace larga la espera,
se moriría el espigón de pena.
En ese espejo de mar la luz bendice
al cielo azul, al ocre, y a l os ojos grises,
que aún estupefactos de la belleza de la estampa,
juegan a hacer sombras,
para que yo,
(un hombre esclavo de las prisas),
por un minuto,
mi vida paralice.
Late mi pecho tranquilo con la espuma
que la orilla disuelve cicatrices,
en un rumor de quejas de guijarros
que ruedan juntos,
y juntos se maldicen.
Respiro al aire cargado de salitre,
mientras mis ojos dilatan sus pupilas
para empaparse cada vez menos de las luces,
que cada día aquí se mueven vivas,
para hacernos a nosotros, más felices.