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Con una "tós tabaquera" y recalcitrante que venía arrastrando desde el enfriamiento que
"pesqué" durante mi viaje reciente, no me quedó más remedio que ir al médico de mi pueblo, en la busca de algún paliativo que, al menos, me hiciera bajar la fiebre, en aquella mañana. He de
confesar con cierta vergüenza que, desde siempre, lo peor que llevo en mi vida es la obligatoria visita médica, por importante que sea el motivo de mi mala salud de hierro. Eso de ir a mostrar las miserias
humanas... a un extraño que te observa con la fría indiferencia de creerte culpable de todo... - "A ver, abra la boca; ¡lleva las muelas postizas!; saque la lengua; ¡que horror, está blanca
por completo...!, (claro, como no
cuidan Vds. una dieta equilibrada..!)". - "¿Hace caca con normalidad? ¿Cuántas veces...?" Etc., etc., etc ... es algo que me saca de quicio.
Pero esta vez, mayormente por evitar un largo sermón de mi familia, he sacudido mi pereza y, desde primera hora de la mañana, aquí estoy en la sala de espera del consultorio, aguardando estoicamente mi turno. Pese
a mi puntualidad (9 de la mañana), ya se habían adelantado unos pocos pacientes (diecisiete, nada menos) que madrugaron más que yo, y habían ocupado todos los asientos de la reducida sala. Por el
rabillo del ojo veo que no hay ninguna cara conocida, a excepción de una viejecilla encorvada que no para de hablar sola... e ignora que le he tendido mi mano para saludarla con todo mi afecto; sin dudar la pobre
estaba pasándolo “bomba”, subida en una nube rosa, cabalgando alrededor de un mundo ideal que ella misma se había fabricado. (¡Cómo es la vida!... Nadie diría que es aquella distinguida señora de hace veinte
años...). Sin otra cosa más útil que hacer, me dispongo a aprovechar la larga espera para estudiar un poco (de la forma más discreta posible) el comportamiento humano dentro de un mismo entorno,
en similar circunstancia. Esta mañana tengo sobrada "materia" para entretenerme y, si soy capaz de hacer un análisis imparcial, justo y verdadero, habré extraído un valioso conocimiento, como nueva
experiencia en esta larga "carrera de la VIDA". Pienso que no hay "asignatura" más importante, si antes se tuvo la ocasión de "modelar" el propio comportamiento, según las normas
éticas y universales, ejercitando esa adquirida educación, que creo bien cimentada. ¡Queda tanto por aprender...! Permanezco apoyado en el quicio de la puerta principal, y puedo comprobar que una
gran mayoría de los allí presentes, por su acento, eran de Castell de Ferro, pero por mis largas ausencias del pueblo, nadie me habría reconocido. El inconfundible "tonillo" de mi tierra delata
fácilmente nuestra identidad, a Dios gracias. Una señora muy buena me observa fijamente y me indica el poyo de la ventana para que me siente. A mi derecha está una joven muy delgada, vestida de
negro, que trata de dormir a su pequeño bebé que sostiene dulcemente, reclinado en su regazo; ella no puede disimular la gravedad de su terrible mal, marcado en la palidez de su rostro. El pequeño no cesa de tirar
de una oreja a su joven madre para hacerle entender con su gracioso "parloteo", en voz bajita, algo que él necesitaba urgentemente; la serena expresión de la madre, colmada de ternura, le ruega un poco
de paciencia que el niño no acaba de comprender, insistiendo con el tirón de oreja... Media hora más... y le harta sangre; la inocente criatura aún no tuvo tiempo para valorar la inmensa fortuna de tener siempre a
su lado aquella entrañable sonrisa... Frente a mi, está la puerta de entrada al consultorio. Allí me imaginaba a Don Miguel "con diez cañones por banda", tirando de receta "a toda
vela"... pero, minutos después, al abrirse aquella puerta, pude comprobar que un nuevo doctor sustituía a nuestro apreciado médico de cabecera, mientras éste permaneciera disfrutando de sus merecidas
vacaciones. El nuevo "sonador" era de aspecto bonachón y parecía esmeradamente cordial y educado. Después de saludar amablemente a su paciente de turno, en tono muy cortés y respetuoso, se dirigió al
grupo "parlante" de la sala, rogándole un poco de silencio, para así continuar debidamente su delicado trabajo. Con una estudiada reverencia dio las gracias un par de veces, e indicó la entrada al
siguiente paciente. .A medida que subía la temperatura en aquella calurosa mañana de Agosto, la pequeña sala de espera se abarrotaba de pacientes que no cesaban de arribar. Pese a la segunda
advertencia del joven doctor, el grupo de nuevos visitantes que aún no habían sido amonestados, (y los demás, que tenían escasa memoria), la tertulia poco a poco, se iba animando, afanándose cada cual en ser
escuchado con lujo de detalles que parecían de gran interés a casi toda la audiencia. Cada caso clínico parecía ser aliviado, siempre que alguien prestara un mínimo de atención:
…que si me aconseja el curandero de Baza; …que mi niña no me come; …que el jarabe no le vale en pequeñas "diócesis";
…que estoy de los nervios, y la tensión por los suelos...; …que no se me cura la desviación de la "raspa"; …que a mi Paco, se le "jinchan los tentáculos" ... y le da
"corte" de vení ... a contá su "poblema"; …etc., etc., etc... Un hombre vestido de pana se acerca a saludarme creyendo haber adivinado que soy "hermano"
de Miguel Galiano, por mi enorme parecido. Yo le aclaro que soy su hijo
y observo que, mentalmente, está echando la cuenta de los años... Me parece que es natural de "Los Carlos" porque, como se suele hacer allí, ha dejado su mulo atado a la reja de la ventana y, además, usa sombrero de fieltro color marrón. La señora buena que me invitó a sentarme, repite su amable gesto ofreciendo al de "Los Carlos" el otro extremo del poyo de la ventana; el hombre se lo agradece mucho, porque padece de “
orceras en las piernas, y hemorroides
semejante sitio, perdone el modo de señalar". Poco después, llega su esposa que me presenta con sumo agrado y con esa bondadosa cortesía que ya solo perdura en un pueblo sin malear, como es la cortijada de "Los Carlos".
La esposa rebosa salud por los cuatro costados. - ¡Mírela, dónde Vd. la vé, ya lleva hechas dos necesáreas y nos tememos sea pronto la tercera porque de nuevo está embarazará!.
- No parece que pierda Vd. el tiempo -contesté. ... Y la carcajada de ambos sonó con estruendo a tan altos desibélios, que fueronun tiro para los tímpanos del novato doctor... ... Y lo que me estaba temiendo: de un "santiamén” se volvió a abrir la puerta del más paciente de los pacientes y una voz profunda,- a punto de montar en cólera…:
- Ya es la tercera vez que les llamo la atención. ¡¡¡Son Vds. sordos, carajo!!!. ¡Cuánta cotorra!... No tuve más remedio que agachar la cabeza, encendido de rojo por la tremenda
vergüenza de sentirme culpable, y por la fiebre de mi resfriado que no parecía peder en toda la mañana. Para evitar otro percance de carácter nervioso, ofrecí mi asiento a los nuevos amigos (que se quedaron mudos por la irascible actitud del médico), y aproveché para
salir al pasillo y encender el primer maldito cigarro de la mañana. ¡Madre mía! -Ya llegaba la cola de gente hasta la misma puerta de salida. Las once de la mañana… y un calor asfixiante que iría
“in crescendo" a lo largo de la jornada. La cabeza me daba vueltas y mis fuerzas se iban debilitando con la amenaza de "hacerme tirar la toalla". Pero tala vez allí, ¡madre
mía, quién espera un día más, en mi lamentable estado!... Intenté distraerme ojeando los pequeños cuadros del hall que eran vistas de la bella costa granadina. Al fondo, me pareció ver una
litografía con la imagen de San Pedro que presidía la inhóspita decoración del vestíbulo. Y heme aquí que, de pronto, sentí deseos de rezar. Si; grandes deseos de rezar por mi deplorable estado de salud que me
estaba amargando mi semana de vacaciones, al cabo de seis meses que venia haciéndome la ilusión de volver a mi pueblo sin ninguna "gotera". Mentalmente, con la más recogida devoción, elevé mi súplica al
Santo, recitando el "Padre Nuestro que estás en los Cielos..." Después, rubricando mi plegaria, para mejor efecto, con cierto disimulo terminé santiguándome, como Dios manda. –¡Sólo hubiese faltado que
me creyeran afiliado al OPUS DEI... (Con todos mis respetos)! Acabada mi oración, me pareció sentir un alivio milagroso en mi estado general, sin duda, por el "reconocimiento" del Santo
Patriarca que sería su primera ofrenda en todo el tiempo que llevaba "colgado" en la pared del Consultorio. (Más tarde, supe que aquella reverenciada imagen del cuadro, para mi sorpresa, no pertenecía al
Santo Varón, fundador de la Iglesia Católica, sino al ilustre nobel Ramón y Cajal, cuya foto es imprescindible en todo consultorio medico que se precie de agradecido...). Encima de mi miopía, esa fue la inocente
broma que me gastó el ilustre D. Santiago. Realmente, el día no se presentaba para bromas, y el público seiba aglomerando a medida que fue pasando el tiempo. Frente a mí, ahora,
encaja de lleno el marco de la idílica estampa de la pálida joven de luto, con su rollizo bebé entre sus brazos. ¡Qué bello motivo para plasmar en un óleo con luz dura, entre sombras, resaltando su patético y real
argumento... No se da con frecuencia tan mágico momento. Han pasado dos horas y media, y la pobre criatura, cansado de tanto ruego al oído de su madre, sin respuesta satisfactoria, ya gritaba desesperadamente,
loco por soltar el "paquete": - ¡Mamá, caca! - !Mamá, caca! - ¡¡Mamá, nene caca!! Su extrema necesidad había llegado a su punto limite, y echándose a la bartola todos
los buenos modales que le inculcaba su mamá, montado en cólera como un lobezno en ayunas, desplegó todas sus fuerzas para tirar de las orejas, a diestra y siniestra, hasta del mismo doctor si llegaba el caso. Hasta que sucedió lo que tenia que suceder: el crío, de pronto, se puso rojo, lanzó un ligero gemido de alivio y... se quedó en la gloria! Todo trozo de papel que rebuscamos en la cartera era poco
para limpiar aquella rambla de miseria humana. La palidez de la pobre madre se acentuó aún más, pero, al menos, había conseguido no perder su turno de consulta, después de toda una mañana en la lista de espera. El mal funcionamiento de los servicios de la Seguridad Social no radica exclusivamente en nuestra región donde, unido a otras circunstancias, se hace más manifiesto. Es el mismo problema en el Norte y
en el Sur, y en el mismo Centro donde está la capital de España, y con frecuencia sucede que uno se consuela fácilmente al saber que su propio conflicto es común entre todos nuestros semejantes; ya cada cual se
acostumbra a la chapuza, de tal manera, que quedamos sorprendidos cuando algo por casualidad sale bien, y nuestro espíritu de agradecimiento no sabe como pagar. Así se llega a este estado, en el que lo grave lo
asumimos como inevitable, y lo menos pernicioso lo aceptamos como algo... de paso, añadiendo encima cierto aire frívolo de pequeña broma que a veces nos juega la Naturaleza. ¡Mala táctica si se quieren buscar
eficaces soluciones! - Y así nos va... Creo que, algo tan serio corno la atención médica sería digno de especial consideración cuando, la mayoría de las veces, lo que está en juego es la VIDA humana que fue la
obra cumbre de la Creación Universal. La sala de espera, de pronto, se va despejando de público porque el calor ahí dentro se hace insoportable. Curiosamente, los pacientes se han desplazado a
la pequeña plazoleta, justo donde está la ventana de la mismísima sala de consulta. La gente ya no teme a la puerta que se abre para hacerse oír el sermón de quejas por el jaleo habitual. Y hasta creo que muy
pocos piensan en el sufrido tormento de ese pobre bienhechor que se rompió la testa para meter en su cerebro tanta receta milagrosa. Y... ¡hala, jolgorio, que así uno se libera de todo estrés, al
fresquito de la sombra!. Sólo permanecen dentro la joven madre con su hijo cagoncillo, y la triste anciana que sigue "conectando" con los buenos espíritus que aún le hacen compañía....
Una bocanada de aire fresco con perfume de rosas se acerca a nuestro grupo: son dos preciosas jóvenes, rubias como el oro y tostadas uniformemente por el sol especial del Mediterráneo; Radiantes
de salud y belleza, dotadas de todos los adornos que pueda ofrecer la Madre Naturaleza al ser humano, sería disparatadamente absurdo imaginar que, dentro de tan perfecta anatomía, ya pueda existir la más pequeña
"avería" que les preocupe. ¡Y la verdad es que... no les duele nada!; deben haber sufrido algún accidente, porque una lleva una rodilla fuertemente vendada. Sin lugar a dudas, son
extranjeras, modernas y liberadas de prejuicios ancestrales, que pasan sus vacaciones en mi pueblo. Al menos, a mi me lo parecen; (pero, al instante, con la peor "leche" del mundo, alguien
murmura a mi oído que... son nietas da "la Corcoma", que trabajan en Ibiza). Realmente, son un halago para la vista, y todo el público está expectante en cada uno de sus movimientos, pero la admirable
personalidad de las dos muchachas, junto con el adorno de su belleza, fácilmente dominan la situación. - ¿Por qué no se recogen el pelo sobre la nuca para evitar esos bruscos giros de cabeza,
con esas desordenadas melenas...? ¡Ponen nervioso a cualquiera, ¿verdad?! -(Refunfuña una gorda cincuentona) - Naturalmente, yo hago como si fuera sordo... por no encontrar la adecuada respuesta. Las nietas de
"la Corcoma" siguen pareciéndome dos verdaderos monumentos. Poco después, llegan dos señoras de mediana edad trabajando el punto de media a una velocidad de campeonato. (No será la
primera visita -pensé). También se quedan en la puerta, en torno a la "ventana víctima", que era -para mí- el primer motivo de respeto. Una de ellas inicia el diálogo a pleno pulmón comentando
las incidencias del último capitulo de la novela de T. V.; la otra se lamenta de tener "escacharrao el vidrio"... Acto seguido, llega un buen amigo de Castell (recientemente
desaparecido), con evidentes muestras de desesperación por algún grave problema recién sucedido. Con gran excitación nerviosa, deja su bicicleta en el suelo y pide la vez a los veinte pacientes de la cola, para
pasar con toda urgencia a la consulta. - ¡Qué ruina, muchachos; qué ruina más grande en mi casa...! Todos, (la mayoría amigos) nos quedamos de piedra. Inmediatamente le abrimos
paso para que entrase lo más rápido posible. En silencio, impacientes e impresionados, el grupo entero esperó con ansias su salida. Pasados unos diez minutos apareció, ya en estado de calma y con el rostro más
sereno. Adoptando una pose copiada del Caudillo de España y con la gracia más castiza que pueda existir en toda Andalucía, así nos habló: -¡Paciencia, muchachos!, ¡Resignación, amigos! Gracias
a todos por cederme la vez. Estoy emocionado por lo buenos que habéis sido conmigo…!. Las cosas hay que aceptarlas conforme Dios manda. Se trata de mi pobre mujer, que esta mañana se fue a coger brevas, con
tan mala pata que "refaló" de la higuera y... se ha partío el culo en dos "peazos". ¡Gracias, muchas gracias! - ¡y seguid siendo buenos! A toda prisa, montó en su bicicleta y
desapareció por la esquina de "Paredes'". No hace falta explicar el juicio celebrado entre los allí presentes... Ya pasaba de la una y media, y la fiebre me habla hundido en el más
angustioso estado de invalidez; sólo me sostenía en pie el saber que, después de dos números más, llegada mi turno de consulta e, inmediatamente, podría irme en busca de mi cama que era todo cuanto me pedía el
cuerpo. Unos jóvenes enamorados (que eso bien se nota), hacen su entrada, radiantes de felicidad. Ella, ("con su chandal y sus tacones, arreglá pero informal"...) no puede disimular la
tremenda "marcha" que lleva dentro. ; ¡Y "marcha doble"! porque bien se hace notar su avanzado estado de buena esperanza que, seguramente, sería el motivo de la visita médica. De pronto,
consideré con profunda admiración la complicada labor de un DOCTOR en MEDICINA GENERAL, cuyo campo de trabajo, por su amplitud, exige los más diversos conocimientos capaces de resolver cualquier problema de salud
que el género humano pudiera presentarle (y, cada ser humano, con las más variadas reacciones, dentro de una misma patología). No envidio la tremenda responsabilidad que hoy asume nuestro amable doctor,
desempeñando la labor del ginecólogo con la “embarazará” que acaba de presentarse. Hoy le toca trabajar en la “parte" donde los demás... se divierten; así es la vida. La alegre pareja
parecen ser vecinos de Castell de Ferro, ya que el grupo femenino, en pleno, con grandes muestras de confianza y amistad, se les acercan - para agasajar
y felicitar su reciente unión matrimonial; al mismo tiempo, una vez descubierto el gran volumen abdominal de la dama
(que hasta hoy lo había ocultado), darles la más sonora enhorabuena. Imposible describir con detalles la que se armó al hacerse pública la noticia de que el "paritorio” sería para la semana siguiente... Los
gritos de "olé" y “aleluya” invadían todo el entorno... ¡a dos metros de la mesa de trabajo donde el pobre licenciado intenta concentrarse buscando la más ajustada solución al problema que el enfermo de
turno le está planteando! - ¡Pobre licenciado, dedicar toda su vida a grabar en su memoria tanto BIEN, para este pago...! Pero la dama del flamante anillo de oro está contenta y
no regatea en pregonarlo a los cuatro vientos. Corre, salta, grita, canta... y el público la jalea haciendo un poco suya tanta felicidad. El, no cesa de mirarla con embeleso, recreándose en "su obra" que
ella "luce" con el orgullo más ostentoso que pueda concebir la única "primeriza" del mundo. Solo le falta bailar "la danza del vientre"... Y a gol pe de abanico... chilló: - Anda, marido, tráeme un corte de helado de nata, que no aguanto la caló. La pobre víctima, que ya se aprendió lo de los antojos, seca con disimulo la baba que se desliza entre
la comisura de sus labios, emprende un trotecillo, y allá va, raudo y veloz como un parvulillo hechizado, en dirección al Kiosko "FRIGO" más cercano.
-¿Lo veis? -grita ella- no os digo más, ¡como un corderillo...!. Las pobres tontas que la rodean siguen y siguen vitoreando las fechorías que no cesa de relatar tan "distinguida dama".
De la manera más festiva, esta mañana, las más "cotillas" van a tener la suerte de empaparse bien de la vida y milagro de la nueva pareja. Lo peor es que (como decía Anatole France) "en sociedad no
todo se sabe, pero todo se dice" Así son los pueblos, repetí en mi interior. Uno se tiene que enterar, por narices, de todo cuanto acontece a su alrededor, aunque a uno le importe un
pimiento... Es el sistema, que ya echó raíces para la eternidad. Entré de nuevo en la sala de espera para recoger mi carpeta de apuntes, porque había decidido marcharme. El desenlace final estaba
muy cercano y ya tuve motivos suficientes para comprenderlo y esquivar el "encontronazo". Allí dentro permanecía "la mujer de luto" que había conseguido dormir a su chiquillo
y, a su lado, la venerable anciana que parecía haber interrumpido su inspirado monólogo, por puro agotamiento; no obstante, su mirada seguía perdida en el infinito, incapaz de captar mi pensamiento. Los números de
consulta de ambas, curiosamente, eran los dos puestos que a mí me faltaban. Despacio... despacio, como si diera un paseo, me fuí alejando de aquel "polvorín" a punto de estallar.
(Naturalmente, con el firme propósito de... no volver; al menos, hasta que no me apurara otra causa de bastante más importancia, y con menos público en espera). A mi paso por la farmacia,
aproveché para comprar lo que tantas veces me hiciera mayor o menor efecto: un gran bote de "Bisolvón" jarabe, y un tubo de aspirinas. Después, la mullida cama de mi dormitorio haría el resto. Al caer la tarde, alguien vino a decirme... ¡de lo que me había librado...!: El sufrido doctor, ante la imposibilidad de "luchar contra los elementos", abandonó el "campo de
batalla" y marchó de inmediato a la búsqueda de un rincón de PAZ, en la tranquila playa del extremo Oeste de Castell de Ferro. Creo que en el local ambulatorio, por fin, reinó el silencio, quedando
únicamente en indefinida espera, aquella pálida madre con su niño dormido, aguardando su turno... FIN
Antonio Galiano Montes Madrid, 12 abril 1.994 |